miércoles, 12 de enero de 2011

Casualidad

Por Javier Alejandro Sottini

Hay gente que no cree en los milagros. Dicen que son casualidades que se interpretan como actos divinos, teniendo explicaciones perfectamente lógicas. Afirman que sólo los ignorantes, aquellos que no tienen instrucción académica, creen en ellos como una forma de explicar lo que no entienden.

Juan Pablo Ongaría sí cree en los milagros. Se encontraba en la fase terminal de un cáncer hepático. Sufría metástasis en diferentes órganos de su cuerpo: pulmón, huesos y vejiga. La ciencia había agotado todos sus recursos y se encontraba en su casa esperando la muerte.
En esos días se oficiaba el servicio de Santa Cena en su iglesia. Quiso ir por última vez. Familiares, amigos y vecinos lo acompañaron. Participó de la Cena del Señor, terminó la reunión, y su silla de ruedas se encaminó de regreso hacia su casa. Miraba el rostro de los hermanos como si fuera la última vez. Es que en realidad era la última vez. O parecía.
Acostó sus despojos dificultosamente en la cama, los dolores y la fragilidad de un cuerpo azotado por el cáncer no le permitían otra cosa.
Al día siguiente despertó temprano. Ya le parecía un milagro despertar. Se levantó por sus propios medios, no sin esfuerzo, y salió al patio. Se sentía bien. “La mejoría antes de la muerte”, dirían las comadronas del barrio.
Pero no, el cuerpo de Juan Pablo Ongaría estaba completamente sano. Los exámenes posteriores revelaron la remisión completa del cáncer y las metástasis.
Seguramente una casualidad, Juan Pablo no tenía más que sexto grado.

Otra casualidad que conozco fue la que le sucedió a Julieta Martínez. Desde niña había alimentado el sueño de toda mujer de formar una familia y ser mamá de muchos niños. Hasta que una infección muy seria necesitó de la extirpación del útero para salvar su vida. Sus sueños se fueron a la basura.
Pasaron varios años. Su vida era sombría y sin sentido. El día en que recibió a Jesús como su personal y único Salvador, sufrió dolores abdominales tan fuertes que debieron hospitalizarla.
El médico entró con “cara de nada” (esa expresión se estudia en la facultad) a la habitación.
– Señora, no encontramos nada malo en usted, seguramente fueron cólicos premenstruales muy fuertes. A veces llegan a confundirse con problemas más serios.
– ¡Pero doctor! ¿De qué cólicos me habla? Yo no tengo útero.
– ¿Cómo no? ¿Y esto qué cree usted qué es?, le decía mientras le mostraba la imagen de la ecografía.
Un año después, Julieta acunaba en sus brazos a su primer hijo.

Hay gente que no cree en los milagros. Dicen que son casualidades que se interpretan como actos divinos, teniendo explicaciones perfectamente lógicas. Afirman que sólo los ignorantes, aquellos que no tienen instrucción académica, creen en ellos como una forma de explicar lo que no entienden. ¡Pobres!

2 comentarios:

  1. Javier, que hermoso texto. Pero mas hermoso es ver el obrar de Dios. Me llena de fe y acrecienta mis esperanzas. Yo también creo en los milagros.

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  2. Tiene usted toda la razón del mundo. ¡Pobre gente!

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