domingo, 9 de octubre de 2011

Yo no quiero ser así

Por Javier Alejandro Sottini


Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero ser una mujer que no sepa ser feliz.
Una mujer gris, que ve como la vida pasa delante de sus ojos sin animarse a ser protagonista.
Alguien que no se atreve a ser quien desearía, por no sacrificar un poco de su bienamada comodidad.
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero ser una mujer que permita que la ofendan, la ultrajen y la humillen.
Una mujer que soporta hasta las vejaciones más denigrantes, y nada hace al respecto.
¿Por qué me enseñás eso?
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero ser una mujer golpeada.
Una mujer que consienta que la apaleen brutalmente y que al poco tiempo canjee su dolor y el dolor de quienes la aman, por baratijas.
Quiero poder maquillarme para sentirme más bella, no para tapar las marcas de la noche anterior.
¿Creés que porque tengo 10 años no me doy cuenta de las cosas?
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero ser una mujer cobarde.
Una mujer que no es capaz de tomar decisiones acertadas ni siquiera por lo que más ama en la vida.
No quiero que el miedo sea mayor a mi valentía.
Enseñame eso mamá. Si no lo hacés vos, ¿quién lo hará?
No me obligués a esconder la cabeza ante los problemas, creyendo que el tiempo todo lo arregla.
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero utilizar a mis hijos como excusa para hacer lo que creo que a mí me conviene.
Mi vida está ligada a la tuya, seré lo que vos sos. Lo que a vos te daña, sangra en mi alma. Y lo que te hace feliz, alegra mi vida.
¿Quién te enseñó a utilizarme como un medio para llegar a un fin? No quiero aprender eso.
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero ser una madre que le miente a sus hijos.
Una mujer que cree que con la mentira lo cubre todo y me protege, y no se da cuenta que lo único que hace es hundirse más en el lodo, y tenderme una trampa de la que nunca podré salir.
Qué aún sea una niña, no significa que no sea capaz de comprender.
Debiste haber aprendido que la verdad más dura es preferible a la mentira más blanda... e inculcarlo en mí.
Yo no quiero ser así.

Mamá, yo no quiero ser como vos.
No quiero formar una familia de papel para mantener las apariencias.
Quiero ser una mujer valiente, capaz de luchar por mis hijos sin importar a quien tenga que enfrentar.
Aún soy una niña, pero pronto seré una mujer y te recriminaré que no la hayás hecho.
¿Acaso no decís amarme más que a todo en el mundo?
Yo no quiero ser así.

Yo quiero ser una mujer que ame y sea amada, una mujer respetada. Alguien que tome las riendas de su vida y no permita que la manejen como a una marioneta de circo.
Quiero ser una mujer con dignidad, y que ante los golpes de la vida sepa salir maltrecha, pero con la frente en alto.
Quiero que el hombre que esté a mi lado, me ame por lo que soy, me comprenda, me respete, me consulte, me haga sentir única. Porque eso es lo que quiero que vean mis hijos.
Hoy necesito que alguien me enseñe a vivir mi mañana. Creéme mami, yo aprendo de vos, de tu vida y mañana seré lo que vos hayás hecho de mí.
¡Enseñame a ser UNA MUJER, mamá!
Eso es más importante que saber de memoria la lista de pronombres.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El amor no se puede fingir

Por Javier Alejandro Sottini


Hay quienes sostienen que la impostura es un arte. A mí me gusta pensar que toda expresión del arte ennoblece al ser humano en vez de hundirlo en actitudes canallescas. Definitivamente -a mi modo de ver- la impostura, el engaño, el fingimiento… no es un arte.
Y si hay algo que por definición no se puede fingir, es el amor.
¿Usted sintió amor alguna vez?
Entonces explíqueme cómo se puede fingir ese revolotear de miles de mariposas en el estómago al ver a la mujer amada.
O cómo calmar el galope del corazón que quiere ir tras el hombre de sus sueños.
O cómo se hace para simular el sol en que se transforma nuestro rostro al ver llegar a nuestro hijo a casa.
¿Cómo se finge el lamento por la ausencia cuando las lágrimas no quieren dejar de rodar por nuestras mejillas?
¿Cómo se hace y se sostiene todo eso? Es imposible. Y llegamos adonde empezamos: el amor no se puede fingir. Y si se lo intenta, el resultado será otra cosa cuyo nombre desconozco, pero definitivamente, no será amor.
¿Y qué hay del amor más grande? ¿Qué hay del amor por Dios? ¿Qué del amor por Aquel que se ofreció en sacrificio por nosotros?
Todos amamos a Dios, ¿no? O al menos eso decimos, y creo que con sinceridad.
Pero…
¿Amamos a Dios cuando vemos la necesidad del prójimo y no hacemos nada por satisfacerla?
No, sólo fingimos amarlo.
¿Amamos a Dios cuando calumniamos a uno de sus hijos?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando tomamos la venganza en nuestras manos?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando nos alegramos por el mal de nuestro hermano?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando no damos o recibimos el perdón de corazón?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando mentimos?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando desnudamos las faltas de nuestro semejante?
No, fingimos.
¿Amamos a Dios cuando anteponemos nuestros egoístas intereses al buen testimonio de su iglesia?
No, fingimos.
El amor no es sólo un sentimiento… el amor es acción.
En la búsqueda incesante de parecernos cada vez más a nuestro Modelo llamado Jesucristo, concibamos lo que dicen las Escrituras: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1º Pedro 1:22-23).
Le propongo un desafío: dejemos de fingir. Y mientras lo intentamos… al menos finjamos que no fingimos.

jueves, 28 de abril de 2011

Una circunstancia excepcional

Por Javier Alejandro Sottini


El sábado 20 de febrero de 2010 había comenzado como cualquier otro día de verano en la santafecina ciudad de Cañada de Gómez.
Rosita de Araujo, de 75 años, se encontraba detrás del mostrador de su negocio, una joyería de mucho renombre en la ciudad.
En la puerta se dibujaba la silueta de un hombre joven, vestido con un elegante traje. A los pocos minutos, ese mismo hombre estaba apuntándole con un arma mientras sus cómplices saqueaban el local.
A los pocos días, Esteban Darío Velasco era apresado por la policía y encarcelado en la Alcaldía de Cañada de Gómez.
Desde hace muchos años, Rosita es una ávida lectora de libros y revistas cristianas. A través de de un pastor que fielmente visitaba a las personas privadas de su libertad, ella enviaba (y aún lo hace) como un regalo para ellos, literatura cristiana.
Aquel ladrón, conoció al Señor en la cárcel y le entregó su alma, lo hizo su único y personal Salvador, llegando a bautizarse.
El 15 de enero de este año, Rosita recibió la carta que textualmente transcribo para ustedes a continuación.


Alcaldía de la ciudad de Cañada de Gómez.
Sábado 15 de enero de 2011.

Rosa, no se imagina la alegría que sentí al saber que usted mandó de regalo para nosotros lecturas de paz.
Me sorprendió mucho su acción, ya que no sabía que es una hija de Dios. Más que una actitud, es un fruto de su parte, San Mateo 7:17 (Así, todo buen árbol da buenos frutos…).
Como verdadera coheredera del reino de los cielos, puso por obra la palabra que cita nuestra santa Biblia en Romanos 12:21 (No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal), porque en la vieja manera de vivir, yo formaba parte del mal.
Soy Esteban Daría Velasco, oriundo de la ciudad de Rosario, y partícipe de hacerle pasar un momento espantoso el día 20 de febrero del año pasado.
El motivo de esta carta es lograr expresarle mi genuino y sincero arrepentimiento, porque hoy mi vida está totalmente entregada a Dios.
Creo que esto fue preparado por nuestro Señor, y tengo la necesidad de pedirle perdón desde lo más profundo de mi corazón, porque esta situación nos estaba atando.
Me aferro a la Palabra que Jesucristo nos deja como enseñanza en San Mateo 18:18 (De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en los cielos).
De mi parte anhelo desatar esta calamidad con usted, que estaba pendiente, para que Dios pueda seguir derramando bendiciones sobre nuestras vidas.
Es la mejor manera de hacer su voluntad y la forma más adecuada de ponernos a cuenta con nuestro Padre celestial y con nosotros mismos.
Le estoy totalmente agradecido porque seguramente usted está orando por mi vida, e igualmente al comenzar y terminar mi día, estoy orando por la suya.
Disculpe mi atrevimiento, pero le mando como un humilde obsequio, un portallaves que tal vez no tenga valor material, pero déjeme asegurarle que está elaborado con mucho amor y dedicación. El mensaje es bíblico: “Dios es amor”, 1º Juan 4:7 al 21.
Me siento muy identificado con esta enseñanza y que mejor que estas circunstancias para llevarla a cabo.
Nuestro Padre es el único que puede convertir lo imposible en posible, y transformar lo malo en bueno, y creo que esta situación nos va a servir a ambos como testimonio, y vamos a ganar muchas almas para su reino.
Rosa, no se canse de hacer el bien, porque lo mejor está por venir, que Dios la prospere y la guarde bajo sus alas.
(sic)

Muchas veces me he escuchado decir: “Las personas no cambian… salvo circunstancias excepcionales”. Y vaya que sí lo es la llegada de Dios al corazón de un hombre.

sábado, 26 de febrero de 2011

Mi amigo y yo

Por Javier Alejandro Sottini


Caminaba lentamente a orillas del lago. Mis ojos intentaban encontrar esa línea donde al agua se une con el cielo. No fue posible, las sierras lo impedían.
Las tímidas olas amenazaban con mojar mis pies. Pero no pasó del intento.
De pronto su voz me sacó del letargo en el que estaba sumido… era mi amigo.

– ¡Hey Javier! ¿Cómo estás?
– ¡Qué sorpresa! ¿Vos por acá?
– Y sí… ya sabés… uno aparece cuando menos se lo imagina.
– La verdad es que no esperaba encontrarte.
– ¿Sabés qué pasa, Javier? Como vos no me vas a visitar ni me llamás, decidí venir yo.
– Tenés razón… hace rato que no pasamos un tiempo juntos. Viste cómo es esto… ¡hay tantas cosas para hacer!
– Sí… muchas cosas para hacer.
– Además la familia… uno tiene que velar por ellos, y eso lleva tiempo y esfuerzo.
– Sí… la familia.
– Y ya te habrás enterado de mi problemita de salud. Estoy en la lucha, creo que si le pongo ganas voy a salir adelante.
– Sí… tu problema de salud.
– Y además no puedo descuidar mi trabajo, ya sabés como es eso.
– Sí… tu trabajo. ¿Alguna excusa más?
– ¿Excusas? No son excusas, es la realidad.
– Sí… es la realidad, pero aún así son excusas. ¿Somos amigos o no?
– ¡Claro que somos amigos!
– Y bueno, viejo… si realmente somos amigos debiste llamarme. Yo te hubiera ayudado con todas las cosas que tenés que hacer, con tu familia, con tu enfermedad y con tu trabajo. Para eso estamos los amigos, ¿no?
– Tenés razón… debí llamarte. Perdoname.
– ¡Pst! Olvidate, ya está. ¡Pero que no se repita, eh! ¿Tenés mi número personal?
– Sí, lo tengo.
– Bueno… ahí podés localizarme siempre. Espero tu llamada y cuando quieras nos encontramos para tomar unos mates o sólo para charlar un rato. Aunque un asadito tampoco estaría mal.
– Dalo por hecho, te voy a llamar. ¡Pero después no me digás que te molesto a cada rato!
– Para nada... eso espero que hagás.
– Eso haré…
– Chau Javier.
– Chau Jesús…

jueves, 17 de febrero de 2011

La estrategia del tero

Por Javier Alejandro Sottini

Tero. No es el nombre más lindo que un ave pudiera tener. Les fue mejor en el reparto, al cóndor, al águila y al halcón. Pero al tero, le tocó llamarse tero.
En algunos lugares lo llaman teruteru, haciendo honor a la onomatopeya del chillido que lanza al levantar vuelo. Pero en relación al nombre no le hicieron ningún favor.
El asunto es que, de esta ave zancuda, de unos 35 centímetros, de plumaje blanco con mezclas de gris y negro, no es su aspecto, ni su canto lo que la destaca. Tampoco el nombre como ya mencioné.
El tero se hace grande por su increíble instinto y las magistrales técnicas que utiliza para sobrevivir, enfrentándose a depredadores de mayor porte, velocidad… y seguramente nombres más bonitos. (¿Se nota que el nombre no me gusta?).
El tero anida en el suelo, entre una que otra matita de pasto. Allí la hembra coloca sus huevos y los empolla. Cuando nacen los pichones, en ese mismo lugar son alimentados hasta que pueden volar por sus propios medios.
Da la impresión que un zorro podría elegir para el desayuno huevos o pichones de tero cuando se le antoje. Claro… ¡el nido está en el suelo!
Pero no es así.
Cuando un zorro se avecina al nido, el tero lo abandona rápidamente y comienza a renguear, extendiendo una de sus alas. Su caminar se hace torpe, y al intentar levantar vuelo, cae aparatosamente al piso.
El zorro considera que es una mejor presa un tero adulto que unos huevos, o algunos pichones, y se decide a perseguir al “ave malherida”, que sigue haciendo el papel de víctima, hasta que el zorro se acerca a unos pocos centímetros y lanza su primera dentellada. Nunca logra su cometido.
Y así el tero va alejando al zorro del lugar donde está su prole. Cuando la distancia es suficiente, y tras el último intento del zorro por clavarle los dientes, el tero levanta un perfecto vuelo y se aleja del lugar, dejando al pequeño cánido con un enorme signo de interrogación sobre la cabeza.
Lo gracioso es que el tero siempre repite la misma estrategia. Y el zorro nunca aprende.
Muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo. El enemigo de nuestras almas nos distrae con uno que otro espejito de color. A veces nos aleja llenando nuestra cabeza de problemas y diciéndonos al oído que si nos esforzamos mucho, podremos solucionarlos por nuestra cuenta.
Otras veces lo hace atiborrándonos de muchas cosas buenas para hacer, pero que nos impiden tener apenas un tiempo de soledad con Dios.
Y así, lentamente, nos aleja. Nos aleja del nido. Nos aleja de Dios.
No nos convertimos en narcotraficantes, vendedores de armas o sicarios, apenas en cristianos muy ocupados resolviendo problemas o haciendo “cosas buenas”.
Pero de todos modos, alejados del Padre.
No olvidemos que nuestro lugar es bajo las alas del Señor, que nada nos saque de allí.
Lo gracioso es que él siempre repite la misma estrategia. Y nosotros pocas veces aprendemos.
Estemos atentos a la maniobra de nuestro enemigo, y desarmémosla al ponerla en evidencia.
Hablo de Satanás, no del pobre tero… que ya bastante tiene con su nombre.

jueves, 27 de enero de 2011

Cualquiera escribe

Por Javier Alejandro Sottini

Aquellos que somos amantes de la lectura, muchas veces cometemos el grave error de sostener a ultranza como una verdad inamovible, aquello que escribe tal o cual escritor, sólo porque haber sido escrito por ese autor. Incluso antes de haber leído el escrito, ya estamos de acuerdo con el contenido. “Si lo escribió tal, debe ser cierto”.
Pero lo peor, y más aún en el ámbito cristiano, es creer que lo que el autor escribe es producto de su propia experiencia, o que esos hechos sobrepasan el límite de la palabra escrita para transformarse en parte de la vida cotidiana de quien lo expone.
Vamos… en otras palabras, creemos que lo que el autor escribió, también lo practica.
“Craso error”, diría un profesor mío al que le encantaba usar expresiones que habían caído en el olvido.
Con esto no quiero decir que lo que una persona escribe no sea de bendición para quienes lo leen por el hecho de que el autor haga de su vida un carnaval. Claro que no. Por amor a sus hijos, Dios puede hacer que una piedra escriba mensajes que destilen verdad, amor y paz.
Mis palabras apuntan a que debemos ser más cuidadosos con lo que leemos. El auge de Internet –y todo lo que la rodea- hace que cualquier caído del catre escriba lecciones de moralidad y quiera enseñarnos el camino al Paraíso.
Hoy encontramos un profeta debajo de cada piedra del camino.
¿Cómo reconocer si algo es falso o verdadero? Muy simple. Debemos compararlo, pasarlo por el tamiz, de algo que estemos seguros que es verdadero e inmutable.
Si tengo dudas del color de una prenda, entre el celeste y el turquesa, simplemente la comparo con algo inalterable: el cielo. Si se asemeja, estaré seguro que es celeste.
Cuando leemos algo, debemos cotejarlo con lo único inalterable, inamovible y absolutamente cierto y verdadero –aún más que el cielo- que es la Palabra de Dios.
Si está basada en ella, es verdadero; de lo contrario, es basura.
La Biblia nos aconseja al respecto: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1º Tesalonicenses 5:21).
No crea todo lo que lee, no confíe en el abajo firmante, descanse en la Palabra de Dios, porque en los tiempos que corren, cualquiera escribe… incluso yo.

miércoles, 12 de enero de 2011

Casualidad

Por Javier Alejandro Sottini

Hay gente que no cree en los milagros. Dicen que son casualidades que se interpretan como actos divinos, teniendo explicaciones perfectamente lógicas. Afirman que sólo los ignorantes, aquellos que no tienen instrucción académica, creen en ellos como una forma de explicar lo que no entienden.

Juan Pablo Ongaría sí cree en los milagros. Se encontraba en la fase terminal de un cáncer hepático. Sufría metástasis en diferentes órganos de su cuerpo: pulmón, huesos y vejiga. La ciencia había agotado todos sus recursos y se encontraba en su casa esperando la muerte.
En esos días se oficiaba el servicio de Santa Cena en su iglesia. Quiso ir por última vez. Familiares, amigos y vecinos lo acompañaron. Participó de la Cena del Señor, terminó la reunión, y su silla de ruedas se encaminó de regreso hacia su casa. Miraba el rostro de los hermanos como si fuera la última vez. Es que en realidad era la última vez. O parecía.
Acostó sus despojos dificultosamente en la cama, los dolores y la fragilidad de un cuerpo azotado por el cáncer no le permitían otra cosa.
Al día siguiente despertó temprano. Ya le parecía un milagro despertar. Se levantó por sus propios medios, no sin esfuerzo, y salió al patio. Se sentía bien. “La mejoría antes de la muerte”, dirían las comadronas del barrio.
Pero no, el cuerpo de Juan Pablo Ongaría estaba completamente sano. Los exámenes posteriores revelaron la remisión completa del cáncer y las metástasis.
Seguramente una casualidad, Juan Pablo no tenía más que sexto grado.

Otra casualidad que conozco fue la que le sucedió a Julieta Martínez. Desde niña había alimentado el sueño de toda mujer de formar una familia y ser mamá de muchos niños. Hasta que una infección muy seria necesitó de la extirpación del útero para salvar su vida. Sus sueños se fueron a la basura.
Pasaron varios años. Su vida era sombría y sin sentido. El día en que recibió a Jesús como su personal y único Salvador, sufrió dolores abdominales tan fuertes que debieron hospitalizarla.
El médico entró con “cara de nada” (esa expresión se estudia en la facultad) a la habitación.
– Señora, no encontramos nada malo en usted, seguramente fueron cólicos premenstruales muy fuertes. A veces llegan a confundirse con problemas más serios.
– ¡Pero doctor! ¿De qué cólicos me habla? Yo no tengo útero.
– ¿Cómo no? ¿Y esto qué cree usted qué es?, le decía mientras le mostraba la imagen de la ecografía.
Un año después, Julieta acunaba en sus brazos a su primer hijo.

Hay gente que no cree en los milagros. Dicen que son casualidades que se interpretan como actos divinos, teniendo explicaciones perfectamente lógicas. Afirman que sólo los ignorantes, aquellos que no tienen instrucción académica, creen en ellos como una forma de explicar lo que no entienden. ¡Pobres!