miércoles, 28 de julio de 2010

A cuentas con Dios

Por Javier Alejandro Sottini

Estaba decidido. Esa semana iría a visitar a mi amigo Juan. A fin de cuentas, ya hacía más de cuarenta días que no lo hacía y su esposa estaría pronta a dar a luz.
Mientras conducía mi auto rumbo a su casa, recordaba los detalles de nuestra última charla. Juan atendía una pequeña obra en un pueblo aún más pequeño, en el norte de la provincia de Buenos Aires. Tenía grandes proyectos de evangelización para hacer crecer la iglesia. “Si Dios es mi socio, no puedo pensar en cosas chicas”, solía decir.
Repartía su tiempo entre su familia, sus responsabilidades como encargado de aquel anexo y su trabajo de albañil… ¡y podía con todo!
Era joven y fuerte.
Al llegar, me detuve frente a su puerta con una sonrisa en los labios imaginando el efusivo y exagerado recibimiento que me daría. Siempre era igual, y se había convertido casi en un ritual que ambos disfrutábamos.
Tras el cerrojo apareció la figura de su hija mayor.
– ¡Hola! ¿Está tu papá?
Luego de vacilar un instante y bajar la mirada que hasta entonces mantenía fija en mis ojos, contestó:
– No… no está. Mi papá murió hace casi veinte días.
Mi única respuesta frente a esa terrible noticia fue el silencio.
La tarde del 30 de mayo, Juan se había sentido un poco agobiado, y fue a su habitación a recostarse un rato. Rato que no llegó a ser tal, porque un par de minutos después estaba muerto. Un infarto masivo había terminado con su vida.
El viaje de regreso fue muy lento. Me invadían reflexiones hijas del abatimiento.
¿Cómo podía ser que Juan estuviese muerto? Había pasado muy poco tiempo desde la última vez que habíamos estado juntos, y se encontraba muy bien de salud.
Estoy seguro de que en esa milésima de segundo en que él se dio cuenta que iba a morir, debe haberse sentido tan sorprendido, como yo lo estaba en este momento. Es que fue una muerte inesperada, sin previo aviso, sin tiempo para realizar algún preparativo, si es que eso es posible.
Allí fue donde la única conclusión que merecía ser rescatada se hizo evidente: La muerte puede sorprendernos en cualquier momento. Debemos estar a cuentas con Dios… ¡siempre!
En un soliloquio digno de una mente confundida me pregunté: “¿Qué es estar a cuentas con Dios?”.
Estar a cuentas con Dios es confesar permanentemente nuestros pecados, pedir perdón por ellos, e intentar no volver a cometerlos.
Estar a cuentas con Dios, es tratar de ser mejor persona cada día.
Es amar a nuestro hermano como a nosotros mismos.
Es vestir al desnudo.
Es visitar al enfermo.
Es alimentar al hambriento.
Es perdonar a quien nos ofende.
Es ayudar a quien lo necesita.
Es lo que dice Lucas 10:27: “… Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.
A veces nos invade el pensamiento perezoso de “hacerlo después, tengo toda la vida por delante”.
Para Juan, “toda la vida por delante”, fueron apenas unos segundos. Cuando se dio cuenta que iba a morir… ya estaba muerto.
Nuestra vida –como la mayoría de las cosas de este mundo- no está en nuestras manos. Podemos vivir diez, veinte o cien años más. O morir al terminar de leer estas líneas.
Y es por eso que debemos estar a cuentas con el Señor ahora mismo.
¿Ofendimos o dañamos a alguien? Pidámosle perdón ya mismo y restauremos el mal causado.
¿Podemos ayudar a alguna persona que está en necesidad? Hagámoslo hoy.
¿Debemos orar y comprometernos más con las cosas de Dios? No espere a mañana.
¿Hace mucho tiempo que esperamos el “momento adecuado” para hablarle de Jesús a nuestro vecino, amigo o compañero de trabajo? Ese momento es ahora.
Si Juan y Dios estaban “a mano”, es algo que sólo ellos saben. A mí me gusta pensar que sí.
¡Ah… me olvidaba! Juan tenía 38 años, y su hijo nació unos pocos días después de su partida.

3 comentarios:

  1. Sabias palabras. Mas aún cuando damos por hecho que viviremos muchos años. El estar vivos nos hace suceptibles a la muerte en cualquier momento. Gracias por compartir estos escritos. Dios te bendiga.

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  2. Me gusta su escrito. Digame, después de la muerte es solo blanco o negro, cielo o infierno?
    El purgatorio de penas menores donde queda?
    Atte.

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  3. Hola Alfredo. Así es, no hay grises en este asunto. Dios dijo en Apocalipsis 3:16: "Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". El purgatorio no existe en la Biblia. Además, ¿no cree que sería dificil ponernos de acuerdo sobre cuáles son las "penas menores"? En un principio, las penas menores serían las propias y las mayores, las ajenas. Pero no creo que la realidad sea así. Un abrazo.

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