miércoles, 21 de abril de 2010

Mi maestra de dos años

Por Javier Alejandro Sottini

Es verdad que nunca dejamos de aprender. Y cuando creemos que tenemos algo por enseñar, es cuando más aprendemos.
Hace unos días, mi hija Abril, de dos años, comenzó sus clases de natación. La primera vez debía ir con uno de sus papás... y fui yo.
Estando de pie y tomados de la mano, al borde de la pileta, no había forma de convencerla de que ingrese al agua.
Todas las palabras, artimañas y promesas de las profesoras fueron inútiles.
Ante la pregunta:
– Abril, ¿no te vas a meter a la pileta a jugar con los otros chicos?
Ella simplemente respondía en su media lengua:
– ¡No quero!
Y así más de una vez, hasta que la pregunta correcta fue formulada:
– ¿Y con quién querés jugar?
Abril sonrió como esperando ese momento.
– Con papá.
Lo que ella quería era que primero ingresara yo. Cuando lo hice, desde el borde de la piscina, comenzó a contar, mostrándome sus deditos.
– Uno, dosh... ¡tresh!
Y corriendo se arrojó a mis brazos sin importarle si había diez centímetros o dos metros de profundidad.
Ella confiaba en mí. Confiaba en que sin importar lo que pasara, su papá estaba ahí y no iba a permitir que nada malo le sucediera. Podía jugar y divertirse a sus anchas sin pensar en nada más, para eso estaba yo.
Y por primera vez en mi vida comprendí emocionalmente (hasta entonces lo había hecho en forma racional) lo que Jesús quiso decir al mencionar que si no nos volvemos como niños no entraremos al reino de Dios.
Abril confiaba en mí, su padre, ciegamente. Y así debía confiar yo en mi Padre, ciegamente. Debía ser como un niño: confiar sin importar nada más.
No importa que la profundidad de mi problema sea inmensa. Debo confiar en mi Padre.
No importa que nunca antes haya estado allí. Debo confiar en mi Padre.
No importa que tenga miedo. Debo confiar que mi Padre me protegerá.
No importa lo que me digan los demás. Debo confiar en lo que me dice mi Padre.
No importa que para mí sea imposible. Debo confiar que mi Padre todo lo puede.
Sólo debo confiar, contar hasta tres y arrojarme en sus brazos.
¡Cuánto me enseño el Señor a través de mi hija de dos años!
Iluso de mí. Esa mañana desperté pensando que yo iba a enseñarle a nadar.

1 comentario:

  1. Hermoso, me hizo llorar. Cuanta verdad hay en los niños. Florencia de Nqn.

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